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Delirios Nihilistas
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Perdido en mi habitación, a veces creo que la crítica de las armas es la única autocrítica posible. El destino de Jeremy nos llevara en barco a Venus. Pero luego será: la eternidad no es la duración indefinida, sino la potencia del instante. Seamos continuadores, seamos deformadores, seamos incendiarios. Más Lenin que el propio Lacan. Por más de dos minutos, la misa con la página escrita no vale la pena.
Sonará la trompeta y los muertos resucitarán incorruptibles.
-Corintios, 15:52
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Prólogo
El amor es cuando se puede decir que entre dos tienen el Cielo, y que el Cielo no tiene nada.
-Samuel Beckett (1906-1989)
poeta y dramaturgo irlandés
Escribo este prólogo con prisa. No es mentira. Nos acosa amenazante la fecha de entrega, pantera entre las panteras. Y es que la duración es antitética a la prosa. A final de cuentas, la prosa es el resultado del ocio postrado, en especial desde que se impuso el flujo de conciencia en la narrativa con el modernismo. En este sentido, toda confesión es pequeño-burguesa.
Esta es, en verdad, la diferencia con la poesía. Más allá de la organización esa que promueven en las clases de educación básica -métrica, ritmo, rima-, más allá de las técnicas que enseñan en los agrios y vaporosos talleres -de esas que quisieran desgarrar el alma sin romperle-. La diferencia entre prosa y poesía es una de intención. Y en este sentido, es también una de extensión.
Si el punto de la prosa, para establecer un tiempo de los desvaríos, es la edificación de una máquina productora-de-duración moto perpetuo -una que rompa con las leyes de la termodinámica-; entonces el punto de la poesía es la condensación del tiempo en un punto, puesto que es heredera de la prédica.
Deshechizado el mundo, el poeta ha cambiado el bastón de mando por la pluma. El encantamiento simpático ha cedido ante la evocación del erotismo.
Es quizás por eso que la poesía ha sido la principal compañera de los militantes comunistas, frente a su frígida y pomposa hermana mayor. Está presente en el romance de Neruda, en el rifle de Maiakovski, en la formalidad de Vallejo, en los suspiros letales de Efraín Huerta.
Lo mejor de la prosa del Siglo XX está probablemente en aquellos relatos de supervivencia al fascismo, en las crónicas de los campos de concentración. Pues son la máxima expresión de la concentración del yo en sí mismo, en toda su extensión, para resistir el embate de la realidad. Por eso no se cansaron de parodiarla los opositores al socialismo realmente existente, de esos que creían que el tedio, la burocracia y el autoritarismo eran lo mismo que los famélicos y las pulgas. Ya Kafka habría escrito todo por ellos; después de eso sólo quedaba ser Orwell ou pire.
Entendamos: lo mejor es aquí una cuestión de intención. Pues nadie duda que los talentos de Cortázar, Borges y Carpentier requirieron que se liberara la palabra escrita para exponerse a plenitud.
Pero esta exposición, radica precisamente en que su género está como tal muerto para la totalidad y, verbigracia, puede subsistir como momento muerto abierto en canal, como taxidermia en un museo. ¿Para qué sirve la prosa, sino para que nada pase?
Así pues, en estos tiempos de antifascismo obligado, de resistencia circunstancial, de recomposición consciente, es la poesía y no la prosa la que acompaña al guerrillero, en la urbe y en la jungla.
Pues lo que le hace falta es concentrar el mundo en un fulgor. Sólo así será capaz de las palabras intempestivas, de los golpes inesperados, de caer con la cara en alto y encima de su enemigo. Y así, hay que redirigir la intuición de Adorno. No es que la poesía sea imposible después de Auschwitz, sino que la poesía imposible es después de Auschwitz.
Es esta poesía la que prepara a cada individuo para esta dura sentencia que es la vida. Una vida contra la que juramos un pacto en confidencia. La lírica es nuestro Club de la Pelea, nuestra Sociedad de los Poetas Muertos. Es postrarse ante al fin: el tiempo de la explosión.
Perdido en mi habitación, a veces creo que la crítica de las armas es la única autocrítica posible. El destino de Jeremy nos llevara en barco a Venus. Pero luego será: la eternidad no es la duración indefinida, sino la potencia del instante. Seamos continuadores, seamos deformadores, seamos incendiarios. Más Lenin que el propio Lacan. Por más de dos minutos, la misa con la página escrita no vale la pena.
Sonará la trompeta y los muertos resucitarán incorruptibles.
-Corintios, 15:52
Peso | 1 kg |
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Dimensiones | 14 × 1 × 21.5 cm |
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